...visitando la comunidad urarina de Guineal
El día anterior había llovido, las escaleras del puerto debían estar intransitables. Para nuestro agrado, la comunidad recién acababa de arreglar las escaleras “para atenderles a ustedes”. Llegamos a Guineal el 21 de noviembre 2011, en la tarde, como estaba previsto. Agradecemos su generosidad. Las autoridades estaban al pie del río para darnos la bienvenida. Subimos las escaleras mientras nos regalaban un chicle a cada uno. Hay que vivir en Guineal para percibir la importancia y el valor de un chicle [pregúntenselo a Marcel Mauss y compañeros]. Nada más llegar a la loma, apenas terminamos de saludar a las personas que allí se congregaban, recibimos toda una lección de civismo. Nos llevaron hasta la casa de Andrés, una casa grande y recién construida, sin cerco. Las autoridades subieron con nosotros a la casa. Su mujer de Andrés nos brindó masato. Fuera de la casa estaba más gente escuchando la conversación, algunos apoyados con sus barbillas en el emponado, otros, como los jóvenes, un poco más retirados, como a unos 3 metros. Todos pendientes de la conversación, o del espectáculo: la puesta en escena fue impresionante.
Subimos la escalera de la casa y nos colocaron dos sillas en un extremo de la misma, cerca de la escalera, donde posteriormente nos invitarían a comer. En un lateral había un hombre intentando arreglar un parlante. En el centro de la casa el hijo de Andrés apagó el aparato de música para que pudiéramos conversar. Un joven estaba acostado en una hamaca, escuchando. En el extremo contrario se sitúa la tushpa. Algunas mujeres permanecían cerca de los baldes de masato. Era tanta la urgencia de hablar que no se esperaban los turnos, cada quien hablaba del tema que le causaba más apremio. Era difícil comprender lo que estaba sucediendo. Intentamos poner orden, que hablen de uno en uno para poder comprender toda la avalancha de información. Rápido nos dimos cuenta que era mejor dejar que cada uno se dispare por donde quiera. Lo que nos parecía a primera vista un desorden resultó ser una descarga de información de tal calibre que nos ha parecido una de las mejores muestras de civismo.
Perdonarán los lectores que no hayamos podido captar todo lo que nos dijeron. Sí podemos afirmar que está recogido todo lo más importante: unos y otros hablaban sin parar repitiendo los mismos temas o matizando lo que se estaba diciendo. Repetían, como un mantra, las quejas de la comunidad. Seguramente nos habrán pasado detalles y matices desapercibidos, pero así es la condición humana.
“Que regrese el profesor, no queremos el nombrado, desgraciado, ya les he dicho en la UGEL (Unidad de Gestión Educativa Local). Con este profesor los niños llevan un mes y ya han avanzado bastante”, decía Simón a nuestra izquierda. En el lado derecho alguien matizaba: “dice el profesor nombrado: ‘a mi no me van a hacer nada porque soy nombrado, porque yo tengo buen abogado’”. Parada, junto al shungo de la esquina, una mujer eleva la voz continuamente: “Cuando se quebró la canilla de mi hijo, yo no he podido ir a cobrar [los S/. 100.00 del Programa Juntos] 5 meses. Cuando he ido no me han reconocido nada. Solo me han dado S/. 200.00 [de dos meses], casi solo para gasolina, no me alcanzó para el remedio de mi hijo”. “A todos los urarinas nos hacen así porque no conocemos nada. Le apoyan más a los mestizos que a nosotros”. “Dicen que nosotros no sabemos nada, para qué queremos plata nosotros”, dice la mujer en una perorata interminable de mucho malestar retenido. “Esos millonarios que tienen bodega son los que reciben [los S/. 100.00 del Programa Juntos]”, afirma Simón. “Estamos recontra resentidos”, sentencia don Pancho. Dejan de hacer cada uno sus comentarios y asienten como si fuera un coro con ecos: “Estamos recontra resentidos”. Se produce un brevísimo silencio donde se palpa la emoción y rápidamente vuelven a la carga. “Ni el Municipio nos acerca” se oye conversar a otro morador en el centro de la casa. “Así le hacen a la cuenca del Urituyacu”, “Una lata de gasolina en Alianza cuesta S/. 75.00”. “Desde Lupunayo hemos bogado con ripa, se acabó la gasolina” [demoraron en llegar toda la tarde, en peque peque son dos horas], dice una mujer. “Los aliancinos [de la comunidad nativa kukama de Nueva Alianza, vistos por los urarina como mestizos] se aprovechan de nuestra plata, a veces nos roban. No tenemos conocimiento de la plata. Y el gobierno no sabe nada”. “Aquí nos matan. Viene un comerciante, ahí nos estamos matando. No sabemos lo que es negocio”. En tono amenazante dice Simón: “No estoy de acuerdo con su tema de X. No vamos a acudir a la reunión. Esto es un mercado nuestro y necesitamos sacar [madera] para poder comprar ropa, pila…”, mientras otro señor asiente y corea la frase. Sirva esta retahíla de frases presuntamente inconexas como testimonio del fuego cruzado de declaraciones a las que estuvimos sometidos durante casi 4 horas. Fue una jornada memorable. Tuvimos la suerte de estar ahí y deseamos transmitir la emoción de la conversación.
SER ESCUCHADOS
Como es fácilmente reconocible en algunas frases del párrafo anterior una de las necesidades más perentorias era ser escuchados. En un Perú pluricultural se sienten marginados, ninguneados, que su discurso no llega. No les falta razón y bien haríamos en percibir este inconveniente. En un Perú inclusivo, según la propaganda oficial, no puede quedar ningún peruano al margen, sin ser escuchado. Esta sed de reconocimiento es la base para sentirse ciudadanos. Ya pasaron los tiempos de “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”.
Como latigazos se repite que el Municipio, la UGEL, el Programa Juntos, los mestizos [que en la visión urarina coincide con el pueblo kukama]… no están atentos a sus necesidades. Nos corregimos: no están atentos a su presencia. Negar la presencia es negar toda posibilidad de entrar en diálogo. Esta deshumanización no compete tanto al pueblo urarina cuanto a unos funcionarios estatales cuya única imagen que perciben es la suya propia en el espejo, como Narcisos adolescentes enamorados. Y a una sociedad necesitada del reconocimiento del otro.
Con dolor en el corazón nos espetan: “Nos llaman shimacos”, es el peor insulto para quien se considera “kachá o kayá”: gente. “Que vivan los perros, nos dicen en Nueva Alianza”. El pueblo urarina es experto en la caza con perro. Una muestra más de racismo en estado puro. Pese a constituir un delito en el Perú no se hace nada por erradicarlo. Total, los que sufren son otros. Más arriba hemos anotado frases como “para qué quieren ustedes la plata” en boca de algunos funcionarillos del Programa Juntos.
“NOS ESTAN ESCLAVIZANDO”
En los márgenes las contradicciones son más evidentes y para quien las tiene que padecer, son brutales. Las bondades del mercado generan situaciones como estas.
En la primera columna se anotarán los precios de los productos en Iquitos y en la otra los precios en la comunidad nativa de Guineal[1].
Iquitos Guineal
1 cartucho S/. 1.20 S/. 3.50
gaseosa familiar S/. 5.00
1 par pilas panasonic S/. 3.50*
1 kg. arroz S/. 3.00*
1 kg. azúcar S/. 5.00*
1 lata de conserva S/. 5.00*
1 lata de atún S/. 2.50*
1 litro de aceite S/. 5.00*
1 paquete tallarín S/. 5.00*
Don Pancho es el más viejo de la comunidad y el patriarca de la misma. Las autoridades son sus yernos. El resto del pueblo o son familiares directos o compadres. El argumenta en un rato de la conversación: “Etico [un comerciante que les visita] me ha dado S/. 3.00, se ríe, mi saldito” [por la venta de su producto]. Acota su yerno Simón: “a mi me ha dado S/. 20.00. Etico es bueno, siquiera nos da plata, con otros comerciantes todo es cambio”. Un tercer comunero ajusta: “Nos están esclavizando”.
Una lista como la anterior sugiere la penetración en la selva para la extracción de recursos naturales que permitan solventar estas necesidades. Economía de mercado y economía del don “interaccionan”.
P. Miguel Angel Cadenas P. Manolo Berjón
Parroquia Santa Rita de Castilla Parroquia Santa Rita de Castilla
Río Marañón Río Marañón
[1] Los precios son de noviembre 2011, al día de hoy ya ha subido el precio del combustible y con él el resto de productos. La lista en sí fue un aporte de la comunidad, en ningún momento preguntamos productos, ellos fueron expresando al vernos anotar. Nos parece curiosa la lista en sí misma. Los precios exorbitantes son consecuencia de las bondades del mercado. Las cifras con asterisco (*) pertenecen a la vecina comunidad nativa urarina de San Luis donde llegan los mismos comerciantes y dista de Guineal a 45 minutos en peque peque.
[2] “Ese jabón parece goma goma, manteca de chancho”.
[3] Cuando el río está en vaciante, con el río alto su costo es de S/. 1.20.
[4] En Nueva Alianza, boca del Urituyacu, y lugar de entrada al mismo la lata de combustible estaba, por aquel entonces, a S/. 75.00. Sospechamos que era en época de vaciante del río donde no entraban botes de comerciantes, supuestamente en los meses de julio-setiembre (hasta la primera quincena de octubre).
[5] Desconocemos el dato en la comunidad de Guineal, pero tres comunidades más arriba en San Juan de Abejaico una lata de combustible costaba la friolera de S/. 200.00
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