Aproximación desde un mito kukama
Manuel Miguel Berjón Martínez
Miguel Ángel Cadenas Cardo
Parroquia Santa Rita de Castilla, Loreto – Río Marañón.
El Estado peruano a través de Proinversión está haciendo lo posible por convertir los
ríos amazónicos en hidrovías que permitan una ‘mejor navegabilidad’, ¿para quién? Una
ciudad como Iquitos está prácticamente incomunicada, a no ser por aire. No llegan
carreteras y los viajes en lancha son interminables. Si añadimos que en los estiajes de
los ríos algunos tramos se hacen innavegables, tenemos todos los ingredientes para
pensar en alternativas y soluciones a estas limitaciones. Comprendiendo estas razones,
en este escrito abogamos por tener más paciencia e incluir a las poblaciones indígenas
que, pese a afectarles de lleno este tipo de proyectos, no han sido consultados. Detrás
permanece agazapado el proyecto IIRSA (Iniciativa para la Integración de la
Infraestructura Regional Suramericana), con un fuerte corolario carioca.
LOS MITOS
Los mitos tienen fuerza, son poderosos. Configuran la realidad y nos orientan en la vida.
Nos proporcionan seguridad y pautas de conducta. Son capaces de vertebrar la
existencia. Pueden pasar desapercibidos, pero no por eso dejan de influir en nuestra
cotidianeidad. En definitiva, la vida humana no es posible sin mitos. Quienes consideran
los mitos como ‘verdades a medias’ se ven incapacitados para comprender su potencial.
Para ellos son narraciones de pueblos menos desarrollados que pertenecen a un mundo
ya superado. Esta es una visión demasiado obtusa. Los mitos expresan verdades que no
se pueden enunciar de otra manera, de ahí su importancia. Verdades en lenguaje poético
para poder abarcar toda la realidad, no únicamente lo descrito por el cientismo. El mito
da que pensar, engloba la realidad y la expresa narrativamente. Los mitos no son cosa
de los otros, los extraños. Occidente también posee sus mitos poderosos. Ahí está la
idea de progreso (casi siempre unidireccional), difícil de cuestionar, si uno no desea ser
considerado un ejemplar de un mundo ya extinto. La realización personal es otro de los
mitos sin el cual ya no podemos comprender nuestra vida. Por poner solo dos ejemplos.
Algunos mitos están consignados en escritura. En el libro del Génesis tenemos mitos de
la talla del diluvio o la torre de Babel, por seguir nada más con dos ejemplos. Sin
embargo, muchos mitos continúan siendo orales. Se transmiten de generación en
generación y poseen un valor cohesionador. Estas narraciones orales convierten al
narrador en un actualizador del mito: alguien que, sumergiéndose en la corriente de la
tradición, la renueva y amolda a las circunstancias actuales. Por eso no tenemos una
única versión, sino tantas como narradores. Cada versión responde a los deseos,
aspiraciones, intereses, convenciones sociales… del narrador y su contexto social. Esto
no lo hace menos interesante, al contrario, sitúa el mito en el presente. Incluso si el
narrador es la misma persona en diferentes periodos de tiempo también se producen reajustes y adaptaciones dependiendo del auditorio y el momento en que se narra. Las
narraciones no son ajenas a los aconteceres históricos, están insertos en ellas. No puede
ser de otro modo. Es esta elasticidad la que lo convierte en significativo en ese
momento, en ese contexto y para ese auditorio.
Vamos a considerar un mito. Uno de esos mitos panamazónicos cuyo poder continúa
abarcando la realidad. Los Yagua, los Urarina y los Huaorani, entre otros muchos
pueblos amazónicos, consideran a la lupuna (Ceiba pentandra) como un árbol mítico
fundamental. Acá nos centraremos en la versión Kukama-Kukamiria, pueblo del tronco
lingüístico tupí-guaraní que habita los cursos bajos de los ríos Huallaga, Marañón y
Ucayali (Reserva Nacional Pacaya Samiria), Nanay y parte de las periferias de ciudades
como Iquitos, Yurimaguas y Pucallpa. No queremos olvidar la fuerte migración que se
está produciendo en los últimos años a Lima, por parte de los jóvenes, en busca de
trabajos poco cualificados, en pos del boom económico peruano. También existe un
pequeño núcleo kukama en Brasil y otro en Colombia. Los estudiosos no se ponen de
acuerdo en cuanto a su población. Hay quien estipula una población de 10.000
individuos y quien lo aumenta hasta 100.000. Los criterios de valoración, de unos y
otros, siempre son ocultados y dispares.
La lupuna es el árbol más grande de la selva, puede alcanzar los 60-70 m. de altura y su
grosor puede sobrepasar los 3 m. Sirve de albergue y alimentación de muchas especies,
entre otras el añuje y la carachupa. Su hábitat son los ‘bajiales’. Es conocido por su
fuerza y potencia. En la actualidad se utiliza en la industria maderera para elaborar
triplay. Esta descripción, con ser precisa y real, no refleja toda la realidad, ni el sentir de
los pueblos amazónicos sobre este potente árbol. Un personaje tan importante como el
Chullachaqui, dueño de la selva, habita en él. La soga de la lupuna es considerada su
hamaca. Algunos chamanes aprenden conocimientos de la lupuna y es considerado un
‘palo brujo’, para hacer daño. Por su tamaño inmenso es tratado como ‘abuelo’.
LA LUPUNA
Para nuestro propósito sirve una versión simplificada del mito. Dice así: una mujer
estaba llorando por falta de agua. Junto a ella permanecía la pinsha o tucán y el pájaro
carpintero. La pinsha, rival del carpintero, no quiso darle agua porque se veía muy feo.
El carpintero, en cambio, quiso hacer feliz a la mujer. Por esta razón comenzó a picar en
la cepa de la lupuna. Al derribar a la lupuna brotó agua y se formó el río. El carpintero
ya no ha vuelto a ser hombre, se quedó convertido en carpintero. Por eso, en verano, la
pinsha sufre y pide agua. Tiene que esperar la lluvia para recoger el agua en la rocopa
de la lupuna.
En otras versiones señalan al zorro como compañero del carpintero. Otros anotan que
sus raíces son boas. Hay una retroalimentación entre las boas y la lupuna. No falta quien
señala que al salir las boas de la lupuna se forma el río. Hay quien apunta que sus hojas
se convierten en peces. Existen más detalles y más versiones. Hemos consignado unos
pocos pormenores, para nuestro propósito son suficientes.
Al toparse con un mito la primera obligación es participar en su narración o escucha.
Las demás tareas, por importantes que puedan parecer, son secundarias. No se trata de
destripar los mitos, no están construidos para eso. Aunque son portadores de significado también poseen cualidades estéticas, entre otras. A nadie en su sano juicio se le ocurre
delimitar los componentes químicos de la tela y la pintura de la Gioconda, por
importante que sea para su conservación. Ni discutiremos sobre las ondas del sonido al
escuchar una música guaraní. Una lectura estrictamente filológica del Popol Vuh
tampoco nos dejaría satisfechos, por importante que pueda ser para los lingüistas. La
fruición de tales obras es comparada con la satisfacción de escuchar una buena
narración de un mito. Y los indígenas amazónicos tienen cualidades más que suficientes
para disfrutar y hacer disfrutar del mismo. Pese a todo, nos vemos empujados a señalar
algunas someras indicaciones en torno a este mito. Porque el mito da que pensar.
SIN DESTRIPAR, pero señalando algunas líneas de lectura
Lo primero que llama la atención en este mito panamazónico, en todas las versiones que
nosotros conocemos, es la estrecha relación entre el río y la lupuna. Al derribar el tronco
de la lupuna la savia del árbol baja desde las ramas hasta el corte producido en la cepa
del árbol. La copa de la lupuna mítica vendría a representar las cabeceras de la cuenca
del Amazonas. Desde ahí comienza a bajar el agua hasta llegar al delta, igual que en el
corte de la lupuna baja la savia desde las ramas más altas hasta la cepa. En esta imagen
las ramas vendrían a ser las quebradas o ríos secundarios y el tronco, el río principal. Es
un retrato perfecto de la cuenca del Amazonas.
El mito, en la versión que consignamos indica que el río responde a varias necesidades
básicas. Es interesante percibir una rivalidad entre la pinsha y el carpintero, pero lo que
está moviendo la narración es la sed de la señorita, indicando que la función primordial
del agua del río es calmar la sed de la joven. El agua no es únicamente H2O. Los
componentes químicos son importantes, mas no es esta la función ni la sabiduría del
mito. La química no agota la realidad. Para el pueblo kukama el río tiene una función
primaria: calmar la sed de la joven. Por tanto, las actividades sobre el río no deben, en
ningún caso, impedir que se pueda tomar agua del río. Al día de hoy las poblaciones
amazónicas continúan tomando agua del río. No hay otro sistema de agua potable.
Aunque no se dice, en el transfondo permanece el tema del emparejamiento.
Se trasluce la continuidad entre la savia de la lupuna mítica y el agua actual. La savia es
considerada la sangre de los árboles: en este caso, la lupuna. Pero conviene distinguir
los planos. Mientras la lupuna de la que hablamos pertenece al mito, el agua forma parte
de los tiempos actuales. Hay continuidad entre mito e historia, mas son dos planos
diferentes. El mito da origen a la historia, pero los tiempos ya no son los mismos. Con
el corte de la lupuna se da por finalizado el tiempo del mito y surge el tiempo histórico,
nuestro tiempo. De ahí que el carpintero ya no pueda convertirse en persona. El mito
queda en el transfondo dando consistencia a la historia.
Para comprender esto conviene relatar de manera sucinta cómo se entiende la muerte.
Los indígenas no la perciben como una ruptura, sino como una transformación. La
muerte forma parte de un continuum que comienza con la enfermedad. De hecho, la
palabra kukama umanu significa tanto ‘fiebre’ como ‘muerte’. La última etapa de la
enfermedad es la muerte. Esta es una transformación entre la vida aquí en la tierra y la
del más allá. No se acaba con la vida sino que se modifica, se transmuta, cambia. A
partir de entonces sus interlocutores ya no serán sus familiares vivos, sino los muertos.
Comienza un periodo de desfamiliarización de los vivos y de refamiliarización con los difuntos. Tiene que abandonar el mundo de los vivos para pasar a comunicarse con los
muertos. Aunque ambos mundos están separados, son comunicables a través de los
sueños. Lo cierto es que los kukama entienden que con la transformación que supone la
muerte, la sangre de la persona se muda en agua. Igual que la sangre de la lupuna, su
savia, se transforma en agua con el derribamiento de la lupuna por el carpintero.
Pues bien, el agua del río ha sido previamente sangre de la lupuna. El agua del río,
actualmente, no es sangre de la lupuna, es agua. Ha sido sangre de la lupuna, pero en el
tiempo mítico. Volvemos a recordar los planos mítico e histórico. La lupuna no está
muerta, simplemente se ha transformado dando origen a la cuenca del Amazonas. Los
pueblos indígenas no poseen un concepto de ‘creación de la nada’. La idea de creación
no es interesante para ellos, es ajena a su pensamiento. Su idea fuerza es la
transformación, la metamorfosis, la mutación. Así tenemos que la lupuna mítica se ha
transformado en río. No es una lupuna muerta, sino una metamorfosis de la lupuna en
río. Un cambio del tiempo del mito al tiempo de la historia, nuestro tiempo. La historia
se alimenta del mito originario que nos ha engendrado. Sin él no nos podemos
comprender.
Otro aspecto que nos gustaría resaltar son los peces. En los mitos aparecen como
transformaciones de las hojas de los árboles míticos, también de la lupuna. Hay que
considerar que el componente más importante en su dieta es el pescado. De esta manera
tenemos que los árboles míticos son quienes nos alimentan. Incluso cuando una persona
sueña con un familiar difunto y le invita a comer, nunca acepta. Lo que el difunto
considera yuca es visto por el soñador como hueso y lo que el difunto ofrece como
pescado el soñador lo percibe como hojas de los árboles. Si el soñador prueba la comida
que le ofrece el difunto se transformará: dejará de ser una persona viva y pasará a
formar parte de los muertos. La comida, o mejor, la comensalidad posee un dispositivo
de transformación: dime con quién comes y te diré quién eres.
Quisiéramos reseñar un último aspecto: la lupuna como ‘axis mundi’. Sus raíces
enclavadas en la tierra son boas. Ya hemos sugerido que las boas también dan origen al
agua. Su copa llega hasta el cielo. De hecho se considera que el cielo está muy cerca de
la copa de los árboles. La parte baja de las casas del cielo topan con la copa de la
lupuna. Es este conectar mundos diferentes lo que le hace a la lupuna poderosa. Unido a
esto conviene reseñar que en la cepa de la lupuna tiene su casa el Chullachaqui,
Shapingo o Yashingo, el dueño de los animales. Él cuenta a los animales en el monte,
los conoce a cada uno y los cuida. Él es quien acepta el trueque con los indígenas
dándoles en la caza lo necesario para que puedan comer. Pero si el cazador se sobrepasa
este ser le hará daño y puede enfermar al mismo cazador o su hijo, normalmente su hijo
pequeño. Por eso los cazadores acostumbran a colocar un cigarro en la cepa de la lupuna
pidiendo permiso al Chullachaqui para cazar, para que le entregue alguno de sus
animales para alimentar a su familia.
Para concluir quisiéramos señalar que todas las culturas poseen sus mitos. Su principal
función es dar sentido, orientar y hacer la vida más fácil. La pura racionalidad, con ser
necesaria e ineludible, no basta para proporcionarnos razones para vivir. El bienestar del
Perú no puede ni debe ser construido sobre el sufrimiento de los indígenas. Hay deudas
históricas que atender. Los indígenas no se oponen al progreso, pero exigen condiciones
mínimas para la conversación. Sirvan estas líneas como una humilde contribución para
un diálogo más simétrico.
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