La vida exige llevarse bien con
todos, saludar, ser amable, colaborar… Llegada la ocasión, las personas que no
cumplen con estas reglas, fácilmente serán acusadas de brujería, montando todo
un dispositivo de reconocimiento propio a través de la negación de los otros.
Entre la amabilidad y la enemistad se teje la vida.
La reconciliación es un proceso
importante. Fundamentalmente son los moribundos los que solicitan que se
acerquen sus parientes para pedir y recibir perdón. También pueden tomar la
iniciativa los familiares y vecinos conociendo la cercanía de la muerte. Si
todavía el moribundo puede hablar se expresará a través de las palabras. Pero
en muchas oportunidades, imposibilitado de hablar, será tocando la mano o mirando
a los ojos que se produzca la reconciliación. Es posible que la lejanía física
impida este proceso. Será, entonces, a través del espíritu, en los sueños, que
se pedirá y recibirá el perdón. En el sueño el alma del durmiente sale y
mantiene contacto con otras almas y seres.
La cercanía de la muerte
convierte este encuentro en un momento especial. Dar y recibir perdón engendran
un momento denso. Este proceso reconciliatorio es una oportunidad de salvación.
En kukama, perdonar, salvar y escapar se expresan con el mismo término: utsuipi, donde utsu significa viajar. De esta forma encontramos emparentados tres
términos socio-religiosos importantes y conectados, a su vez, con el viaje, la
partida, tan querido para el pensamiento tupí.
No existe ningún otro rito
cotidiano que nos lleve a pensar en la reconciliación. Como en todo, existe una
excepción: si dos personas están enemistadas y alguien toma la iniciativa
invitando a masato o compartir la comida se producirá de nuevo el ansiado
perdón. La proximidad física y el compartir la comida son dos de los aspectos
vinculados a la socialidad. Un tercero serán las relaciones sexuales
socialmente permitidas.
La comida es un bien escaso
dependiendo de la época del año. No estamos en sociedades de abundancia. La
gordura es señal de buena salud. Una persona delgada no tiene las grasas
necesarias para poder afrontar los periodos de escasez. Y después de esta
creciente tan grande del Amazonas muchas personas se han visto abocadas a pasar
necesidad, recurriendo a las pocas grasas acumuladas durante el año.
Compartir la comida es, pues, un
componente básico de la socialidad. A través de ella se vehicula el cariño y se
produce la memoria. La memoria no es otra cosa que el recuerdo de las personas
que nos han ayudado cuando éramos vulnerables, y aquí nos referimos a la
infancia. Rechazar la comida es rechazar a la persona y crear una barrera
infranqueable, algo que debe evitar quien desee proclamar la “buena noticia”.
El masato se convierte entonces en una buena clave de evangelización. La
comida, y el masato no deja de ser comida, está hecha con el corazón. Incluso
la masticación de la yuca para la fabricación del masato no está elaborado con
saliva, como podemos pensar los occidentales, sino con el “líquido del corazón”.
Si la comida genera socialidad,
no compartir la comida será una falta grave, muy grave. En época de abundancia
cualquier persona te brindará masato para mantener un rato de conversación. La
reciprocidad exige que en otro momento tú le puedas brindar lo mismo. Romper
los lazos de la reciprocidad con un “don sin retribución” nos aboca a poner las
bases para quebrar la socialidad.
En las pocas ocasiones en que las
personas de los ríos se acercan a confesarse siempre aparece alguna madre que
siente una gran culpabilidad por haber “mezquinado comida a mi hijo”. Al principio
uno piensa: seguramente no tiene comida, entonces no debe ser tan grave. Sin
embargo, no debemos conformarnos con una explicación que no ha entendido el
fondo el problema, generando un consuelo que no es bien recibido.
Ni que decir tiene que este
pecado es únicamente femenino. El varón se encarga de traer las proteínas:
carne y pescado o el dinero para comprarlos, mientras la mujer cuida de los
hijos, la chacra y reparte la comida. Aparece, pues, la división del trabajo y
la complementariedad de los sexos. El reparto de la comida es una tarea
delicada, vinculada a la madre. Ella tendrá que dar a cada miembro de la
familia la cantidad que le corresponde conforme a la edad y sexo, además de
tener en cuenta el gusto de cada persona por una comida concreta. Que el marido
y los hijos varones adultos coman más es una forma de asegurar las fuerzas para
continuar trabajando y que traigan más comida a casa en los próximos días. En
el reparto de la comida la madre no podrá recibir menos de lo que ella
necesita. Si la comida, sobre la que se proyectan deseos y anhelos, no está
bien repartida, incluida la ración de la madre, la comida puede hacer daño: takawa, bien sea por defecto, no haberse
llenado, o por exceso, empacho.
Cuando una mujer se acusa de
haber mezquinado comida a su hijo implica que le ha expuesto a una enfermedad
cultural: takawa. Una madre preferirá
darle comida a su hijo que está pidiendo, aún sabiendo que le va a empachar,
que “mezquinarle la comida”. Preferirá pasar el mal rato del empacho con su
hijo, que dejarle insatisfecho produciéndole takawa que tiene los mismos síntomas del empacho. Mezquinar es de
los peores pecados que se pueden cometer. Y si lo que se mezquina es la comida...
En kukama mezquinar, ukira, se
construye con uki, quemar y cuñada de
mujer, señalando la rivalidad entre cuñadas y la destrucción que produce el
fuego.
Cuando una mujer se acusa de
mezquinar comida a su hijo, además de la escasez de comida, está diciendo que
su hijo se ha enfermado y ella se siente responsable; “ha quemado” la relación
con su hijo y está generando olvido.
P. Manolo Berjón
Parroquia Santa Rita de Castilla
Río Marañón
Sara García, Animadora cristiana
de la comunidad de Arica.
Morador de la comunidad nativa de
Fortuna
Animadores cristianos.
Parteras retornando a su
comunidad, en un momento del viaje.
Me ha gustado mucho el artículo Manolo. Las madres siempre nos sentimos responsables de lo que acontece con nuestros hijo.
ResponderEliminarSaludos desde Móstoles
Carmen Sáez