sábado, 20 de octubre de 2012

LACRIMABILI STATU, UN SIGLO DESPUÉS.


  
El día 7 de Junio de 2012 se ha cumplido el centenario de la publicación de la encíclica del Papa san Pío X que lleva el llamativo título de Lacrimabili statu indorum (“La deplorable condición de los indígenas”). Se trata de un documento breve y desafortunadamente poco conocido –y menos divulgado– en defensa de las poblaciones indígenas. Fue dirigido por Pío X al episcopado latinoamericano en el tramo final de su Pontificado –dos años antes de su muerte– y, un siglo después, resulta un texto de rabiosa actualidad.



Un texto breve y olvidado.

Ciertamente esta encíclica pontificia de tan sólo siete números o parágrafos, comparada con otras de la doctrina social de la Iglesia, resulta minúscula. Basta pensar, por ejemplo, en la amplitud de la encíclica Rerum novarum de su antecesor León XIII (1891), pionera en la llamada “cuestión social”. Por otra parte, no sólo por su extensión, sino también por su contenido, dado que aborda una temática muy específica, quizás se pueda considerar precursora o al menos emparentada con el género de las encíclicas posteriores de Pío XI contra la persecución religiosa en México (Acerba animi anxietudo) y frente al nacionalsocialismo (Mit brennender sorge).

La valiente defensa de los derechos de los pueblos indígenas de Latinoamérica que contiene Lacrimabili statu no ha tenido en estos cien años la difusión que hubiera cabido esperar tanto ad intra, como ad extra. Me parece un ejemplo significativo en el ámbito intraeclesial que el Denzinger la ignore por completo. Mientras que el más importante repertorio del magisterio de la Iglesia reseña ampliamente otras encíclicas de San Pío X como la Pascendi (DH 3475-3500), e incluso otros textos pontificios de inferior rango como el decreto “Lamentabili” (DH 3401-3466), no hay en él ni una línea sobre nuestro documento. Por otra parte, ahora respecto a su divulgación externa, llama la atención que el texto oficial de un documento que trata de Latinoamérica y que fue dirigido a un episcopado mayoritariamente de lengua española, solamente sea accesible hoy en inglés (?) a través la web de la Santa Sede (www.vatican.va).

La Carta encíclicaImmensa pastorum” (1741)

            San Pío X introduce su alocución en continuidad con la línea magisterial de la encíclica de Benedicto XIV contra la esclavitud de los indígenas (otra inexplicable omisión del Denzinger). El Pontífice se congratula de que la esclavitud haya sido ya abolida totalmente por los estados y evoca la inequívoca toma de posición de la Iglesia al respecto como un factor determinante para ello en muchas regiones del continente sudamericano. “Sin embargo, aún cuando algo se ha hecho en favor de los indios, no obstante es mucho lo que resta por hacer. En verdad cuando examinamos los crímenes y las maldades, que aún ahora suelen cometerse con ellos, ciertamente quedamos horrorizados y profundamente conmovidos” (1).

            Gracias a Dios los horrendos “crímenes y maldades” a los que se refería el Papa en 1912 (crueles matanzas, devastación de pueblos enteros, torturas, violaciones…), como –por ejemplo– los cometidos por los caucheros en el Putumayo y en otras regiones de la amazonía, han sido felizmente erradicados. Pero las poblaciones indígenas continúan hoy sufriendo explotación. También en el s. XXI “los privan de sus bienes”. Siguen siendo expoliadas de sus recursos por las industrias madereras y las petroleras, que, además, contaminan sus ríos, destruyendo su fauna y envenenando a los pobladores. Y, sobre todo, la causa de tales injusticias sigue siendo la misma: “el inmoderado deseo de lucro” (2).

Una  firme y urgente apelación

            En su encíclica Pío X lanza una nueva apelación a los obispos de la región en la convicción de que es imprescindible la implicación de las Iglesias locales en defensa de la dignidad humana a fin de que sean realmente efectivas las medidas gubernamentales en ese sentido. “Apelamos a vosotros, venerables hermanos, a fin de que apoyéis esta causa con especial cuidado y resolución, ya que es del todo digna de vuestro oficio pastoral y de vuestro deber. Y dejando de lado las demás cosas de vuestra solicitud y diligencia, os exhortamos encarecidamente ante todo, que todas aquellas cosas  que,  en  vuestras  diócesis, están instituidas para el bien de los indígenas, las fomentéis y promováis con toda vuestra preocupación, y al mismo tiempo cuidéis de instituir aquellas  otras  que  puedan ser necesarias al mismo fin” (5). Para el Santo Papa la causa indígena no debería ser una tarea apostólica más entre otras, sino que, dadas las circunstancias, no duda en afirmar que se trata de una prioridad “digna de vuestro oficio pastoral”. Llega a afirmar incluso que, ante esa urgencia, todo otro empeño apostólico, por importante que parezca, debe ser postergado. Así lo reclama cuando pide a los obispos que se preocupen por trasmitir fielmente esta enseñanza dondequiera que se ofrezca instrucción moral (en los seminarios, en las escuelas, en las iglesias).
           
Este claro posicionamiento pontificio no sólo representa una contribución más de la Doctrina Social de la Iglesia en el camino hacia el reconocimiento universal de los derechos humanos (1948), sino que se anticipa varias décadas a un importante aserto de la Constitución Pastoral del Concilio Vaticano II (1965). En efecto, podemos leer en ese documento conciliar un texto muy iluminador sobre la siempre controvertida cuestión de la implicación de la Iglesia en el orden temporal. Aunque su misión es principalmente de orden espiritual, la Iglesia tiene que “meterse” en política “cuando lo exijan los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas” (GS 76e).

            Por otra parte, hay que subrayar que lo que podemos llamar dimensión política de la caridad transciende los postulados morales de la Doctrina Social y tiene un fundamento propiamente teológico, como reconoce expresamente también la encíclica Lacrimabili statu: “la caridad cristiana, que abraza a todos los hombres, sin distinción de nacionalidad ni de color, como verdaderos hermanos, debe ser continuamente predicada y encomendada. Y esta caridad debe manifestarse no tanto con palabras, como con hechos” (5). Dicho de otro modo, para la Iglesia, la denuncia de los ataques contra la dignidad de los indígenas no sólo es una exigencia de la moral cristiana (basada en la igual dignidad de todos los hombres a los ojos de Dios), sino que representa también una tarea pastoral, que tiene como presupuesto la fe en un solo Dios Padre de todos y en un solo Señor Jesucristo, en quien todos somos hermanos.    

Anatema sit

            El Pontífice condena sin paliativos –con el lenguaje del anatema propio de la época– una pormenorizada serie de agresiones contra las poblaciones indígenas, que califica de “graves crímenes”. Los enumera por este orden: 1) el sometimiento o reducción a condiciones de esclavitud; 2) la compraventa de personas; 3) el tráfico de personas; 4) la separación forzosa de las familias; 5) la privación de sus bienes y posesiones; 6) las deportaciones forzosas. Este rico elenco de violaciones de los derechos humanos concluye con una fórmula abierta de carácter inclusivo (“cualquier otra forma de robo o privación de libertad, toda forma discriminación racial, predicar o enseñar a otros lo que es ilegal o cooperar a ello de cualquier modo”). Sirve para extender la condena también a cualesquiera otros supuestos no mencionados de forma explícita. En todos los casos, Pío X considera que se trata de pecados graves cuyo perdón queda reservado a los Ordinarios.

            Con mucho pesar tenemos que reconocer que muchas de las agresiones condenadas en la encíclica hace cien años persisten todavía. Muy sutilmente mimetizadas, pero presentes a fin de cuentas. La esclavitud pervive en nuevas formas de sometimiento y dependencia. Se sigue poniendo precio a los silencios y a las complicidades. Se amasan fortunas haciendo negocios con la prostitución y el narcotráfico. Se saquea, se expolia y se fuerza a abandonar sus tierras a los que el Papa San Pío X reconocía como “los nativos que primero habitaron la tierra americana” (5).

Conclusión

            Un siglo después, la encíclica Lacrimabili statu sigue siendo uno de los textos emblemáticos del magisterio pontificio en pro de la libertad de los pueblos indígenas y un referente del compromiso activo de la iglesia latinoamericana con “una causa en la que tanto la religión como la dignidad humana están implicadas” (7).

            Sirvan estas líneas para rendir un doble homenaje. Ante todo, a los miembros de las poblaciones indígenas de Latinoamérica que, por desgracia, tienen que seguir luchando por su supervivencia frente a los poderosos de este mundo, para liberarse de “la esclavitud de Satán y de los hombres perversos” (6). También, en segundo lugar, a todos aquellos hombres y mujeres que, en el desempeño de su labor evangelizadora y social en el continente latinoamericano, hacen propia cada día la causa de los pueblos indígenas.


Ramón Sala OSA
Estudio Teológico Agustiniano (Valladolid)


              

1 comentario:

  1. Estas cartas papales o enciclicas debian de tener mayor publicidad y relevancia en aras de que sean ampliamente conocidas y las atrocidades que aun se continuan cometiendo contra los pueblos indigenas cesen.

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